CAMINAMOS

Quito amanece nublado, una densa nube gris cubre todo su cielo y levemente acaricia las cumbres de las montañas; una suave y constante llovizna pone a correr a los cabellos perfectamente planchados. Las aceras y rampas se vuelven trampas mortales, no falta quien resbala, tropieza o más gracioso cae. Los transeúntes, los de a pié, está en constante estafo de alerta, los autos a gran velocidad salpican los charcos que se forman junto a las veredas, y empapan los ternos de oficina y uniformes de colegio.
El común de los mortales busca refugio en las capuchas, chaquetas y paraguas; mientras se eriza la piel al ver quien camina en camiseta o minifalda. El aliento ahora se puede mirar, la temperatura corporal en contraste con el frío día forma una nube visible de todos afuera.
Existe un respiro, entre tanto frío hay un rayo casi invisible de sol, que, más que calentar el ambiente lo humedece.
Los puestos de empanadas y café lucen más llenos que otros días; el café caliente resbala por la garganta irradiando calor al cuerpo tembloroso
Todos los buses circulantes tienen los vidrios empañados, mientras que el ayudante lucha para la mejor visibilidad del chofer, los niños aprovechan la pizarra de la ventana de su asiento para liberar la necesidad de expresarse que los apremia. Como un fantasma desciende la neblina por las faldas de las multiverdes montañas, las envuelven y las difuminan ante nuestros ojos; por unos instantes su grandiosa presencia se ve disminuida a un rastro de lo que era y destellar, cada cuanto, manchas que hasta pierden su color.
Escampa, los vidrio quedan rasguñados por esas gotas delgadas pero violentas que se precipitaron a salir, el viento aún está húmedo y a su paso arrastra los cúmulos de agua que se escondieron en cualquier lugar que pudieron. Ya no duele, los hombros dejaron libre al cuello tomando la posición en la que regularmente nos han visto, desaceleramos, caminamos.

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